«Libertad» más que un concepto es una dimensión corporal de la animalidad, esa capacidad para sentir que hemos olvidado o acallado.
Aforismos de animalidad
Hoy día es mucho es lo que se esta debatiendo y escribiendo sobre nuestro vínculo con los animales no humanos, y las palabras que más resuenan o se usan suelen ser, «derechos», «bienestar», «coexistencia», «respeto», » libertad» o incluso liberación. Por mi parte, naturalmente, he llegado a entender muchos de estos términos desde mi propia experiencia -en la convivencia con distintos animales y también desde mi recorrido de investigación sobre los caballos de los últimos años- y, a partir de este recorrido, lo entiendo desde un fuerte trasfondo de «dimensión vincular». En lo personal, siento que esta dimensión agrega algo remarcable a la hora de pensar a los animales no humanos, pues es donde más límites encontramos cuando se da la oportunidad de poner en práctica los conceptos o ideas antes mencionados.
La esclavitud, el cautiverio o en su defecto la deprivación de las libertades causadas por la apropiación humana sobre algún individuo de cualquier especie (y muchas veces sobre sus territorios o medio ambiente), colocan las discusiones sobre el derecho de los animales, el respeto a sus vidas y su cuidado, la paridad o igualdad en los ámbitos, normativos o convivenciales, mayormente, dentro del ángulo negativo del bienestar, del bienvivir, el respeto, la coexistencia, la relación vincular, etc.
Desde mi perspectiva, creo que lo que falta entender en este intercambio de nuevos modelos y propuestas, es algo fundamental en relación a lo que llamamos respeto, e incluso a lo que llamamos bienestar, necesidades, beneficioso, y que se infiere del contexto desde el cual, toda vida habita una legitimidad biológica en la libertad de sufrir, vivir o morir en relación a sus propias decisiones.
Por más que nos esforcemos en crear razas, nuevas especies o incluso clonar individuos, la vida reclama su derecho sobre ellas, pues todo impulso vital depende de la preservación de su soberanía sobre el propio cuerpo y sus pulsiones internas – que van desde la expresión de un reflejo, hasta una toma de decisión meditada durante años- y que nos llevan a querer existir y seguir vivos. Desde esta perspectiva el respeto a la libertad del otro toma una dimensión más importante incluso que la preocupación por su felicidad o su salud.
Hay aquí entonces, desde el inicio en ese paradigma, una tremenda gama de consideraciones que, desde los estamentos de control estructurales de nuestra ontología civilizada, no contemplan al otro, ni sus necesidades esenciales, ni su poiesis.
La maravilla de los cuerpos vivos es que poseen una voluntad propia, no son inertes, buscan su conservación, se auto preservan y producen. La vida es eso, una entretejida trama de cuerpos autopoiéticos. Esta voluntad de los cuerpos vivos por persistir es su esencia, su origen.
Desde lo relacional, el respeto en las relaciones vinculares, implica desde sus bases, la aceptación (es más, el deseo) y la consideración por la condición constitutiva del vivir del otro, en su estado de cautivo dependiente, en su estatus de recurso natural (si es un árbol o alguna especie de animal salvaje dentro de la antropósfera) o en su condición de sujetos vulnerables que crea el estado de derecho (negando u otorgando derechos nacidos de la ontología del control).
Un estado de bienestar que se extiende ahora hacia el interés, el cuidado, la inclusión de una mayor cantidad de especies animales y la prosecusión de sus derechos, aparece hoy como el paradigma alternativo. Los seres humanos son endoculturados en un sistema etnocentrista al que se entregan ciegamente, que exige lo mismo de todos sus integrantes no humanos también, y que se ofrece a administrar nuestras libertades todas, en la promesa del bien común -tanto de los animales humanos como de los no humanos. Dentro de la gran preocupación por la muerte y el sufrimiento de los animales no humanos, aumentada por la iatrogenesis social de la sociedad civilizada, yo vislumbro este marco donde, más que permitir las expresiones de la subjetividad de los individuos o grupos no humanos por medio de la creación de espacios de respeto y cuidado físico fuertemente acotado y territorios de coexistencia, la mayoría de las veces parece priorizar la urgencia de ofrecer, también a estos , garantías ( o derechos) «de ausencia de sufrimiento» e incluso de «felicidad», o de bienestar muy similar al que se nos ofrece hoy día (en los tiempos del COVID 19).
El bienestar o la felicidad imputados por los derechos de los no humanos, podrían llegar a opacar su libertad, dentro de un sistema que naturalice la administración de los cuerpos en pos de su derecho a una vida en ausencia de sufrimiento, enfermedad o muerte. Un sistema en donde la manipulación, el control y el sometimiento son estructurales y donde hoy, nuestra ontología actual, expropia el poder al individuo para construirse a sí mismo y para modelar su ambiente, negando las capacidades de aprendizaje o recursos que históricamente o evolutivamente, los individuos no humanos del planeta han tenido para tratar la enfermedad, lidiar con el sufrimiento y encontrar propósito a su existencia
Investidos de voluntad, persistencia, autocuidado: los cuerpos no están hechos para poseerse, a lo mucho para entregarse y vincularse. La vida es siempre un frágil equilibrio que tiende a la entropía y una voluntad de persistencia enamorada de la Libertad.
Ese sentimiento de preservación que reconocemos en nuestros cuerpos y otros cuerpos animales, dicho de otra manera, está directamente relacionado con la soberanía del cuerpo. Hay pocos seres que sienten que pueden perder su cuerpo sin perder la vida, una voluntad de vivir, está siempre relacionada a la soberanía del cuerpo que tenemos -que solo se entrega en la certeza o la confianza de que el otro velará por nosotros, nos cuidará, sanará, amará o protegerá.
La pregunta sería ¿protegerá y respetará, qué cosa? Mi respuesta sería “la libertad a sufrir, vivir o morir en relación a nuestras decisiones”.
David Castro