Los Cazadores

Provenimos de una familia de primates quienes en su habitar este mundo vivían alimentándose de otras especies animales pequeñas, medianas o grandes, frutos, huevos, bayas y semillas. Otras criaturas, desde insectos e invertebrados hasta mamíferos de Gran tamaño, formaron también parte de la variedad de especies animales que nuestros antepasados y algunos de sus antecesores primates sacrificaban para vivir. Desde aquellos homínidos hasta los primeros integrantes de la especie de la cual formamos parte hoy día (homo sapiens sapiens), existió por mucho tiempo una conexión entre quienes mataban y quién moriría. En su devenir evolutivo, la humanidad se encontraba en estado emocional y psíquico en el marco de la perpetuación del ciclo vital, que se sostiene en la continuación de los procesos biológicos que implican la vida, el nacimiento, la muerte y su equilibrio trófico. Cuando nuestra animalidad tomo consciencia de la muerte ( la nuestra y la del otro -animal) desarrolló saberes conscientes y proporcionales al equilibrio vital/trófico, manteniéndose en armonía con el mundo biológico, sus dinámica y equilibrio. Mientras nuestra especie (homo sapiens sapiens) estuvo conectada con esa pulsión y ese saber, que si bien es distinto a lo que muchos pensamos en este momento, no podemos pensar en que eso sea, de alguna manera, malo, pernicioso, destructivo sino que debemos entender que, en ese momento nuestros antepasados integraban parte del ciclo armónico de la vida, cómo lo Integra hoy el león y la gacela, el lobo y el caribú, el esquimal y la foca. Las primeras rupturas con esta manera cultural de integrar el ciclo biológico, comienzan a partir del desarrollo de las técnicas de domesticación (sobre todo la domesticación animal) en distintos grupos que en principio permanecen aislados, pero luego en su fase nomádica se va imponiendo alrededor del planeta1.
El hombre domesticado en todas sus variables
Hoy día los fundamentos de la cultura patriarcal son compartidos por todos los civilizados (homo domesticus) pues acarreamos estos desde que el hombre se domesticó a sí mismo. Lamentablemente para nosotros (o sea para nuestra cultura), estos son los fundamentos del antropomorfismo y constituyen las bases de nuestro desequilibrio y alienación -de la estupidez, de la ceguera, de la ignorancia del mundo natural, que hoy nos gobierna.
Dentro de la cultura que nos habita, el ciclo sagrado de la caza, anteriormente citado se rompió hace mucho tiempo. Nos apartamos hacia una lógica de procesos de supervivencia y modos de existencia en donde nuestro “alimento” proviene de los cuerpos esclavizados e intervenidos de plantas y animales (manipulados sin consciencia de la Vida o de la Muerte)². Estos cuerpos son convertidos en carne, verdura, legumbres y cereales, y son administrados y sometidos a las lógicas que son subsidiarias de los procesos culturales antropocéntricos. La lógica siempre se sostiene a partir de ciertos estados emocionales que atribuyen a algún tipo idea racional ( o no tanto ), un estamento de “verdad». El diálogo con la Biósfera y su mundo natural se ha perdido. Todo el planeta se ha convertido para el homo domésticus en una “tierra baldia” para manejar y carcomer a su antojo, sin interés de ser compartida con otras especies -o incluso con lo pocos habitantes humanos (homo silvestris) que, aun, conservan los antiguos modelos de subsistencia armónica y coexistencia respetuosa con el mundo.
El homo domesticus inpotens

Paradójicamente una de las expresiones más arbitrarias y controversiales que forman hoy parte de la constelación de idiotez del antropocentrismo humano, es El Cazador. Más, el problema de la caza, está integrado, por supuesto, a la enfermedad de nuestra civilización, y comparte un sinsentido, también con otras posturas antagónicas o antitéticas, -como el de quien en una insostenible lógica, pretendiera una vida sin sufrimiento y sin muerte.
Pero la estupidez del cazador civilizado y moderno (homo domesticus inpotens), a diferencia de la pretensión del civilizado (homo domesticus urbanus) en contra de la muerte está imbuida de una característica, esencial en esta problemática, que la filosofía anti muerte no posee: La destructividad. El Cazador civilizado es una entidad sui generis, incluso en la cadena trófica, que solo puede atribuirse a la incongruencia a la que nos ha conducido el camino de la explotación y la dominación de la biósfera. Cuando está destructividad sin sentido, sin fundamento, sin sustancia, sin lógica encuentra espacios delicados, suele ser extremadamente dañina, no sólo para el mundo, sino para la misma especie humana, pues recrea los peores escenarios de que somos capaces.
Cada vez que un cazador civilizado (homo domesticus inpotens) actúa como tal, su destructividad y su sinsentido nos hacen arrepentirnos de pertenecer a esta especie (homo sapiens sapiens), causándonos una gran vergüenza, pero lo más lamentable es que nos llenan el planeta de destrucción.
Apostilla:
La penosa noticia que inició esta reflexión:
«DÍA DE LUTO PARA LA BIODIVERSIDAD. Dos osas abatidas en sendas cacerías en la jornada de ayer. Una en Aragón y otra en la montaña Palentina. Dos hermosas hembras de una especie protegida muertas para la diversión del garruleo de turno». Paco Catalan
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1 Esta tecnología creada hace más de cinco mil años fue una de las más grandes y profundas transformaciones respecto de nuestra relación con la naturaleza. Sus implicáncias están tan profundamente naturalizadas en nuestro modo de ser en el mundo que no llegamos a percibir en toda su dimensión cómo nos afectan hoy día. La domesticación no es la cría de animales en cautiverio para el uso humano, es la guerra contra la animalidad toda, incluso la que habita en nosotros. Es la fuente de la búsqueda de continuo control sobre la naturaleza y sobre la otredad, y el intento de dominio sobre la vida de parte del ser humano. Una tecnología tan transformadora que posibilitó la ontología creadora de la guerra, el especismo, el sexismo económico, el educativismo y el patriarcado. No hablamos solo de la naturalización del uso, sino de la destructividad en la naturalización de los postulados de la “ontología civilizadora”.
2 No deviene de otros seres libres y vivos, sean estos animales o vegetales, que coexisten en paridad junto a la humanidad.